Era el amanecer de un día de finales de septiembre. No hacía ya mucho calor y la gente empezaba a vestir un poco más tapada. Las terrazas de los bares ya no estaban tan llenas de gente como en las agosto y las noches se volvían más silenciosas.
En uno de esos barrios estaba teniendo lugar algo que, probablemente, cambiaría la idea que tenía la gente sobre los robots. Un hombre solitario, o mejor dicho, un científico intentaría cambiarlo todo.
Gerno era una pequeña ciudad que había sabido adaptarse al paso del tiempo y a la modernidad aunque, del pasado, solo se conservaban dos iglesias que eran su símbolo de identidad. Estaban construidas con grandes bloques de piedra y sus formas arquitectónicas, sin duda, lo corroboraban.
Me gusta!
ResponderEliminarPero primero termina el primero que empezastes a escribir! Que sigo esperando nuevos capítulos.